De mi cuello cuelga la Luna. Tras rodar por mis cabellos rizados y oscultar al milímetro mis ojos, nariz y labios, decidió quedarse colgada rozando un lunar cercano a mi clavícula, para apoyarse en él y balancearse a su antojo...
La elección no fue fácil, me dijo. Tras rondar por el cuello se deslizó busto abajo, pasando entre dos pequeñas colinas que le condujeron hasta un campo raso, donde se topó con el pequeño avismo que nos une a la vida. Pero aquella noria no le convencía. Siguió buscando su sitio más abajo de mi ombligo hasta perderse entre mis piernas, para percatarse de que, allí donde empieza a tejerse el destino, su luz no es necesaria... Descendió observadora por mis muslos haciéndome cosquillas hasta llegar a los tobillos, pero caprichosa y acostumbrada a las alturas, se negó pender a ras del suelo y dió por descartado avanzar hasta los pies...
De mi cuello cuelga la Luna y a su lado una estrella; desde ahí ilumina todo cuanto debe: mi corazón, que con su tic-tac la columpia hasta mi pecho, mis ojos, que con sólo inclinarse y mirarla quedan deslumbrados, mis manos, que traviesas se acercan a ella y la palpan, la sienten, y mi alma, que en noches como ésta se arropa con la tibieza de su luz...